El Archifonema, Caracas, noviembre de 2010
Por José Javier González
Kohiba, el hueso duro
Entrevista a Christina Haverkamp
El Archifonema, Caracas, noviembre de 2010
Por José Javier González
Entrevista a Christina Haverkamp
Por: Sebastián de La Nuez
Se llama Christina Haverkamp, nació en Kiel y dejó tres centros de atención en salud construidos por ella en pleno funcionamiento, en comunidades yanomami de Brasil. Aquí, en Venezuela, ha logrado levantar uno pero el segundo no, aun cuando una empresa de Pdvsa le ofreció los materiales para la edificación. ¿Por qué no ha podido construir este segundo ambulatorio? Porque ningún organismo oficial le ha prestado un helicóptero para el transporte de esos materiales. ¿Cuántas vidas indígenas se van a perder en los próximos meses porque en esta tierra bendita nadie ha puesto un helicóptero a la orden de Christina? Tiene los médicos dispuestos más la voluntad propia más los indígenas que harán el trabajo de construcción. Sólo falta, Dios santo, un helicóptero de carga.
El cuento es muy largo (quien desee mayor información puede conectarse a su página www.yanomami- hilfe.de ) pero aquí cabe reseñar un libro pendiente, editado en alemán y en vías de traducirse. Lo escribió su compañero Rüdiger Nehberg, con quien viajó en balsa de bambú (sí, de bambú) desde Senegal a Brasil… y luego siguieron hasta la Casa Blanca. Eso fue en 1992, precisamente para protestar por los 500 años de sojuzgamiento de los autóctonos de toda América.
Origen: El Universal, CARACAS, sábado 30 de octubre, 2010
Dos auxiliares médicos indígenas que visitaron la zona dijeron el viernes que de acuerdo con los jefes de las aldeas, alrededor de 50 personas murieron recientemente, muchos de ellos niños.
Caracas.- Trabajadores venezolanos de la salud afirman que una posible epidemia de malaria mató a decenas de personas, diezmando a tres aldeas Yanomami, una de las etnias indígenas con menos contacto con el mundo moderno, en una remota franja de la Amazonía venezolana.
Dos auxiliares médicos indígenas que visitaron la zona dijeron el viernes a The Associated Press que de acuerdo con los jefes de las aldeas, alrededor de 50 personas murieron recientemente, muchos de ellos niños.
Hay «mucha, mucha gente enferma todavía», dijo Andrés Blanco en una entrevista telefónica desde Puerto Ayacucho. Blanco, un yanomami que trabaja en un programa gubernamental de salud para las comunidades indígenas, alertó a los funcionarios regionales hace una semana y media después de caminar varios días para visitar tres aldeas remotas donde ocurrieron las muertes.
Relató que regresó el fin de semana a esas comunidades en helicóptero con una misión médica que incluyó médicos que administraron medicamentos y confirmaron que indígenas aún están infectadas de malaria.
Textos: Nuria Nelli, Buenos Aires
Fotos: gentileza de Christina Haverkamp en préstamo para esta nota, disponibles en alta definición.
Christina Haverkamp es una alemana inquieta que cuando quiere algo, lo hace. Cruzó el Atlántico en balsa para llamar la atención sobre los indígenas en peligro, fundó una ONG que despierta la conciencia de jóvenes europeos, incide sobre la vida de miles de yanomamis y piensa que no hay que dar el pescado, hay que enseñar a pescar. Tras dar una conferencia en Harvard pasó por Buenos Aires para cargar las pilas antes de volver a internarse en la selva amazónica.
¿Por qué una mujer joven y bella querría meterse todos los años en una selva donde hacen 45ºC, hay mosquitos hasta en la sopa, buscadores de oro armados hasta los dientes y pulula la mortal malaria? La respuesta es: para salvar a una de las últimas tribus indígena que vive según sus costumbres.
Cuando Christina Haverkamp se enteró de que los buscadores de oro o garimpeiros ponían en peligro la salud y la vida de los últimos 25.000 miembros de la cultura yanomami, decidió que había que hacer algo.
Sin embargo, la pregunta es una entidad independiente y vuelve a escapar de nuestra boca: ¿por qué lo haces Christina?
Si algo se puede decir de esta mujer, es que no llegó a los cuarenta y cambió de ideales. Nacida en un pequeño poblado alemán cercano a la frontera con Holanda, estudió el profesorado de Matemática y de Educación Física. Fue allí donde eligió la materia de navegación.
Decidida a tener su propio velero, trabajó dos años como camarera de un restaurante hasta que reunió el dinero para izar sus propias velas. Ya entonces alternaba su pasión por el mar con el activismo en defensa de los más débiles.
En 1988 protestaba contra la brecha salarial entre hombres y mujeres, con la consigna “igual trabajo, igual paga”. Más tarde visitó campos de refugiados en Kosovo, elaborando informes para el Tribunal Internacional de Den Hague. Estuvo en Sarajevo cuando la ONU dejaba entrar a los servios y morían más de 7000 hombres y chicos.
Cuando se estaban por cumplir 500 años de la conquista de América, Christina pensó que ya era hora de llamar la atención sobre la situación de los indígenas que aun estaban vivos y necesitaban ayuda. Entonces unió su pasión por la vantura con una causa justa. “Para mí la aventura en sí misma no tiene sentido. Tampoco me gusta que me vean como Madre Teresa. A mí me gusta el peligro y lo disfruto”.
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