La mujer que no se quedó sentada
Textos: Nuria Nelli, Buenos Aires
Fotos: gentileza de Christina Haverkamp en préstamo para esta nota, disponibles en alta definición.
Christina Haverkamp es una alemana inquieta que cuando quiere algo, lo hace. Cruzó el Atlántico en balsa para llamar la atención sobre los indígenas en peligro, fundó una ONG que despierta la conciencia de jóvenes europeos, incide sobre la vida de miles de yanomamis y piensa que no hay que dar el pescado, hay que enseñar a pescar. Tras dar una conferencia en Harvard pasó por Buenos Aires para cargar las pilas antes de volver a internarse en la selva amazónica.
¿Por qué una mujer joven y bella querría meterse todos los años en una selva donde hacen 45ºC, hay mosquitos hasta en la sopa, buscadores de oro armados hasta los dientes y pulula la mortal malaria? La respuesta es: para salvar a una de las últimas tribus indígena que vive según sus costumbres.
Cuando Christina Haverkamp se enteró de que los buscadores de oro o garimpeiros ponían en peligro la salud y la vida de los últimos 25.000 miembros de la cultura yanomami, decidió que había que hacer algo.
Sin embargo, la pregunta es una entidad independiente y vuelve a escapar de nuestra boca: ¿por qué lo haces Christina?
Una vida coherente
Si algo se puede decir de esta mujer, es que no llegó a los cuarenta y cambió de ideales. Nacida en un pequeño poblado alemán cercano a la frontera con Holanda, estudió el profesorado de Matemática y de Educación Física. Fue allí donde eligió la materia de navegación.
Decidida a tener su propio velero, trabajó dos años como camarera de un restaurante hasta que reunió el dinero para izar sus propias velas. Ya entonces alternaba su pasión por el mar con el activismo en defensa de los más débiles.
En 1988 protestaba contra la brecha salarial entre hombres y mujeres, con la consigna “igual trabajo, igual paga”. Más tarde visitó campos de refugiados en Kosovo, elaborando informes para el Tribunal Internacional de Den Hague. Estuvo en Sarajevo cuando la ONU dejaba entrar a los servios y morían más de 7000 hombres y chicos.
Cuando se estaban por cumplir 500 años de la conquista de América, Christina pensó que ya era hora de llamar la atención sobre la situación de los indígenas que aun estaban vivos y necesitaban ayuda. Entonces unió su pasión por la vantura con una causa justa. “Para mí la aventura en sí misma no tiene sentido. Tampoco me gusta que me vean como Madre Teresa. A mí me gusta el peligro y lo disfruto”.